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Foto: http://caminandolapampa.blogspot.com.ar/2014/08/san-emilio-buenos-aires-argentina.html |
Un Joven Llamado Alejandro
Saladillo es el nombre de un pueblo grande―muy viejo―que queda ciento veinte millas al
sudeste de la ciudad de Buenos Aires, paĆs de Argentina, S. A.
Los primeros misioneros para llevar el evangelio allà fueron enfrentados con fuerte opresión,
burla y piedras. Asà comenzó nuestra campaña de carpa, en que varias personas se dedicaron a
Cristo y a la “nueva vida”. Fueron unos de los mĆ”s perversos; hacĆan negocios en trata de
personas, emborrachamiento y pecados similares. Fueron los de mÔs vil reputación en ese
pueblo. Sin Cristo se hubieran quedado asĆ.
Una se llamaba doña Rosa. Ello llego a la reunión por primera vez vestida completamente de
negro. Llevaba paƱuelo de cabeza negro, chal negro y vestido negro. Se podĆa ver en el lado
derecho de su falda densamente juntada la punta horrorosa de un cuchillo grande. Ella tenĆa una
mirada penetrante y su único ojo era mÔs oscuro que la medianoche. Con razón: ella vino del
mundo oscuro de trata de personas. Y por algo mĆ”s llevaba el cuchillo. Como compraba y vendĆa
muchachas inocentes y hasta niƱas, siempre estaba en peligro de ser asesinada. Y los que la
oponĆan estaban en mĆ”s peligro aun.
Otro se llamaba Juan Iturri. Como no le satisfacĆa llevarse la hija de quince aƱos de una pobre
familia, quien luego murió después del nacimiento de su hijo, sedujo a la hermana de su mujer
fallecida a vivir con Ć©l. Pero Ć©l se negó a casarse con ella porque querĆa asegurarse de que ella le
iba a ser una buena ama de casa. Y no le preocupaba que ya tenĆan cuatro hijos. Su quinto hijo se
les habĆa muerto una noche por ser ahogado entre sus padres en una cama demasiada estrecha.
Otro se llamaba Rufino Paez, quien vivĆa en unión libre con una mujer. TenĆan cuatro hijos
chiquitos. Rufino pensó que su mujer tenĆa diecinueve aƱos y que era menor de edad (veintidós
es la edad núbil en Argentina), pero cuando se dedicaron a Cristo y les aconsejamos cazarse, él
se asombro cuando se dio cuenta que ella tenĆa veintinueve aƱos. Este descubrimiento casi
impidió el casamiento. Y ¡era una boda maravillosa! Mientras mi esposo iba con Rufino a
conseguir la partida de matrimonio y a investigar de la partida de nacimiento de su esposa, yo
hice un pastel y cuidĆ© a sus cuatro hijos. Yo tambiĆ©n habĆa fabricado un nuevo vestido para la
novia. ¡Se casaron! Luego disfrutamos una cena de boda. Todo esto paso en el puesto de misión
donde vivĆan los misioneros.
Y otro se llamaba don Fructuoso Moreira. Era un descendiente orgulloso de Juan Moreira, uno
de los viejos guerreros argentinos de hace mucho tiempo, quien sentĆa la sangre del guerrero en
sus venas, pero no cuando le tocaba trabajar para proveer para su familia. AsĆ que su esposa tuvo
que lavar y planchar ropa para ganarse la vida mientras Ʃl se relajaba en casa, soƱando de batirse
en duelo con cualquiera que lo cruzarĆa; especialmente si miraran a su Felisa, a quiĆ©n fingĆa
amar, aunque no la apoyaba económicamente.
Llevamos el evangelio a tales personas despuƩs de desembarcarnos en Argentina hace muchos
En la casa que arrendĆ”bamos habĆa una sala de reuniones, una sala de recibir, una alcoba, un
comedor, un cuartito que no ocupƔbamos y una cocina. Los pisos eran hechos de tablones anchos
de madera Ɣspera, excepto los pisos en el comedor y en la cocina. El piso del comedor era
irregular y era hecho de ladrillos quebrados. La cocina no tenĆa piso porque era un adobe sin
puerta con solamente una entrada y un piso de tierra. En la parte posterior habĆa una parrilla para
carbón; con el cual cocinÔbamos. Las ventanas de los otros cuartos estaban enrejadas y las
puertas de doble hoja de los cuartos exteriores fueron serradas cada noche con poner una barra
grande de hierro a travĆ©s de ellas. No tenĆamos baƱo. Una letrina (como las de hace muchos
aƱos) estaba en la parte mƔs trasera de la propiedad.
Los muebles (una mesa pequeƱa y tres sillas) habĆan sido comprados de segundas, los cuales
pusimos en la sala de recibir. Las cajas (para los pocos libros que poseĆamos) fueron usadas para
una biblioteca en la misma sala. Los muebles de nuestra alcoba incluĆan un armazón de cama de
hierro con un colchón de lana, una cuna para nuestra hija de seis meses y cajas de madera con la
función de armario con una cortina de cretona que sirvió para una puerta.
Hay muchas ovejas en Argentina porque es un paĆs herboso. Los colchones son fabricados de
lana. Uno compra la lana por libra y contrata un “colchonero” quien fabrica los colchones. De
vez en cuando, cuando los colchones se ponen tan duros como el piso, uno contracta al
“colchonero” de nuevo, quien, por cardar la lana, hace que los colchones sean como nuevos.
Entretanto la tela para el colchón se habrÔ sido lavada, la lana puesta adentro y después cosida
otra vez para usar por otro rato.
En el comedor tenĆamos una mesa y sillas, y usĆ”bamos cajas ahĆ tambiĆ©n porque eran muy
Ćŗtiles para construir un armario de porcelana, que contenĆa los pocos platos que habĆamos
comprado en una ferreterĆa cercana a la casa. La cocina en el adobe ni siquiera estaba amueblada.
Esta era nuestra primera casa.
Al frente de la casa estaba un agujero de barro que solamente se secaba en los largos y
calurosos meses de verano. AhĆ vivĆan miles de mosquitos. Muchas veces un perro o un marrano
se caĆa allĆ y lo hacĆa su sepulcro. Los del pueblo no se molestaban con sacarlos
DespuƩs de no mucho tiempo nos acomodamos en nuestro nuevo hogar y empezamos a conocer
a la gente. El estudio del idioma ocupaba un papel importante de nuestras vidas, porque si uno va
a ser efectivo en obrar como misionero en cualquier paĆs, es muy necesario adquirir un
conocimiento cabal del idioma hablado por la gente, para poder anunciarles el mensaje del
evangelio en su propio idioma y en la manera mƔs eficaz y entendible posible.
Una tarde, cuando solamente habĆamos estado en el paĆs por unas semanas, se nos vino a la
puerta una anciana. La acompaƱaba un joven. Ella llevaba un paƱuelo blanco y negro amarrado
en la cabeza. Su vestido habĆa sido una vez negro, pero ahora tenĆa un color verdoso por muchas
lavadas y por ser colgado en el abrasador sol argentino. Hablaba espaƱol con dificultad. El joven
a su lado—pobremente vestido—no tenĆa nada que decir. La anciana tomo la iniciativa en la
“Mi nombre es doƱa Fausta de Fanderwud. El joven es mi nieto. Soy ProtestĆ”nte. Era la Ćŗnica
ProtestÔnte en este pueblo antes que vinieran. Vine aquà hace varios años de Holanda. Me vine
aquĆ porque me dijeron que aquĆ me iba a ser fĆ”cil ganarme la vida, pues este es un paĆs de
mucho ganado, mucha pradera y pocos habitantes. Me di cuenta que no es cierto, porque ahora
estoy prƔcticamente desvalida; no tengo suficientes recursos con que vivir. Tuve una hija
hermosa. Se enamoro de un argentino. De este amorĆo”, miro al joven, “nació Ć©l. Ahora tiene
catorce años. Mi hija se murió cuando él tuvo nueve años. Se murió de un corazón roto y
tuberculosis; ambos causados por la desilusión que tuvo en su vida. Su padre nunca vino para
ver a su hijo ni lo reconoció ante la ley. Por eso el joven tiene mi apellido. No tiene otro. Su
nombre es Alejandro Fanderwud”.
El joven―parado a su lado―habĆa mirado el suelo mientras hablaba la abuela. Era bastante
alto para su edad. Pero era de tez amarillenta y su pecho estaba hundido. ParecĆa que ya se le
habĆa pegado la enfermedad que le habĆa matado a su mamĆ”: tuberculosis.
Los invitamos a entrar a la casa para continuar la conversación. Ella continuaba la historia
mientras entrƔbamos a la casa.
“Se nos resulto bien costoso vivir aquĆ. Y ahora estamos casi desvalidos: sin lugar adonde ir.
Por eso estoy aquĆ. ¿PodrĆamos vivir aquĆ con ustedes? Tengo un armazón de cama de hierro y
un colchón: para mi nieto tengo un catre. Estoy segura que no les serĆamos una molestia. Yo les
podrĆa ayudar con hacer la limpieza de la casa y con cuidar a su bebe, mientras estudien el
espaƱol y hagan visitas pastorales. Mi nieto trabaja unas horas cada dĆa en una ferreterĆa cerca de
aquĆ. Se gana unos pesos a la semana y eso es mĆ”s o menos suficiente para nuestras necesidades
personales e inmediatas, pero no es suficiente para comida ni para un sitio para dormir”.
Nuestros corazones fueron profundamente conmovidos al encontrar a una cristiana lejos de su
hogar y muy necesitada. Entonces les invitamos (a la anciana, doƱa Fausta, y a su nieto,
Alejandro) vivir con nosotros.
Doña Fausta trajo el armazón de cama, el colchón y el catre a nuestra casa y se acomodaron en
el cuartito desocupado (que antes no habĆa sido amueblado), entre la sala de reuniones y el
comedor. Puso una caja de madera al lado de su cama; sobre la cual colocó su Biblia e himnario.
Ella habĆa puesto una cubierta de tela (que ella misma habĆa fabricado) en su Biblia e himnario
para protegerlos, porque los usaba mucho, pues era una cristiana devota.
Un lunes despuĆ©s de cenar nos dimos cuenta de cómo serĆa vivir bajo el mismo techo que ellos.
El muchacho habĆa comido apresuradamente y en silencio. Cuando habĆa terminado, dijo: “¿Con
su permiso”? y se levantó de la mesa. La abuela parecĆa tener vergüenza y estar poco molestada
por el comportamiento y actitud de su nieto.
Con el tiempo Alejandro pasó menos y menos tiempo en casa. No sabĆamos adónde Ćba. Su
abuelita tampoco sabĆa. Y cuando le preguntĆ”bamos del lugar adónde iba, se enojaba con la
abuela, y luego se ponĆa deprimido y triste―casi inconsciente de que pasaba a su alrededor. Pero
Entresemana tenĆamos una reunión de oración en nuestro comedor. Quince a veinte creyentes,
quienes habĆan sido los “primeros frutos” del evangelio, se reunĆan fielmente cada miĆ©rcoles para
oración y testimonios. En una de estas reuniones―unos meses despuĆ©s de nuestra llegada a
Argentina―doƱa Fausta―agobiada y llorando―pidió oración por su nieto.
“Oren por Alejandrito.”; (asĆ lo llamaba con cariƱo), “Ćl no quiere venir a las reuniones de
oración. Ni siquiera quiere ir a la escuela dominical. Tiene solamente quince años, pero ya
frecuenta la cantina, que queda cerca de aquĆ. Me supongo que estĆ” allĆ” ahora”.
Cuando tomó asiento, todos estÔbamos llorando. No creo que nadie se dio cuenta de los
ladrillos frĆos e incómodos cuando nos arrodillamos para interceder por Alejandro.
Nos turnamos para orar. Cada corazón estaba apesadumbrado. Después de orar nos paramos
para irnos. Todos se asombraron al encontrar que Alejandro estaba parado en la puerta entre su
cuarto y el comedor (en el cual estƔbamos). Su cabeza estaba inclinada. Cuando levanto su
cabeza todavĆa tenĆa esa expresión triste que lo habĆa caracterizado desde nuestro primer
encuentro con Ć©l. Los hermanos se fueron uno por uno, dĆ”ndonos la mano y diciendo: “Buenas
noches, buenas noches.”. Echando una mirada de reojo a su nieto, doƱa Fausta tambiĆ©n se fue a
su cuarto. Solamente quedƔbamos nosotros y Alejandro; mirƔndonos el uno al otro.
Alejandro rompió el silencio. “Me gustarĆa hablar con ustedes. Sin duda, todo lo que les dijo mi
abuela de mĆ es verdad. Estoy triste y deprimido. TambiĆ©n soy irritable. Y ¿por quĆ© no? Mi
madre se murió cuando tuve nueve aƱitos. Nunca conocĆ a mi padre. Ćl nunca ha venido a
visitarme. Ni siquiera me dio su apellido. Tengo el apellido de mi abuela. AsĆ que no tengo
madre, padre, hogar, educación ni apellido, y tengo muy poca salud. En otras palabras, soy un
don nadie. Pero tengo un deseo: quiero conocer a JesĆŗs como mi Salvador. Una vez en la escuela
dominical, despuƩs de la muerte de mi madre, aceptƩ a Cristo, pero no lo he seguido. Quiero
Nos arrodillamos y oramos con Alejandro en un rincón del comedor. El EspĆritu del Dios
viviente estaba ahĆ. JesĆŗs lo recibió, porque en humildad de corazón y soledad de espĆritu clamo
Cada dĆa, despuĆ©s de regresar del trabajo, Alejandro se reunĆa con nosotros para leer la Palabra
de Dios y orar. El progreso de su vida cristiana no era muy rƔpido por su naturaleza, pues era
impetuoso, desanimado y melancólico.
Pero un dĆa llegó a contarnos de una experiencia extraƱa que habĆa tenido cuando regresaba del
trabajo. “Estuve caminando por la calle, cuando, de repente, sentĆ un golpecito en mi hombro y
oĆ una voz decirme calladamente: ‘Alejandro, ¡quiero que prediques el Evangelio!’ ¿SerĆ” que el
SeƱor me estĆ© llamando a predicar”? (No tenĆamos instituto bĆblico en aquella Ć©poca; ni siquiera
habĆa sido mencionado.) Mi esposo le dijo que el Samuel de la Biblia habĆa sido hablado por
Dios en una manera similar y que deberĆa orar del asunto y estar atento a la vez; lo aseguró que
Ć©l tambiĆ©n orarĆa. Pero la misma cosa sucedió en otra ocasión. “Hoy tambiĆ©n estuve caminando
a casa del trabajo,”, dijo Alejandro, “cuando sentĆ el mismo golpecito en mi hombro y escuche a
alguien decir en una voz baja: ‘Alejandro, quiero que prediques el Evangelio.’ MirĆ© por todo
lado. No vi a nadie”. Nos pusimos de acuerdo que tendrĆa que ser el SeƱor que le hablaba y le
HabĆan pasado veinte meses desde llegar a Argentina para empezar nuestro trabajo misionero.
El Dr. Walter Turnbull, Ministro de Asuntos Exteriores para la Alianza Cristiana & Misionera,
se vino de Nueva York para celebrar una conferencia con los misioneros y para organizar el
campo misionero en Argentina. Hicieron planes para abrir un instituto bĆblico para entrenar los
obreros argentinos. Fuimos elegidos para organizar, empezar y dirigir el Instituto BĆblico. Otros
misioneros fueron escogidos para enseƱar y para estar en la plantilla.
Siete jóvenes de los pueblos en que se habĆa predicado el evangelio y en que se habĆan
establecido puestos de misión, habĆan testificado que Dios les habĆa llamado al ministerio. En ese
tiempo no habĆa iglesias organizadas ni pastores nacionales.
Cuando se propuso dejar a Alejandro ser un estudiante del Instituto, los nuevos creyentes y
otros pensaron que era demasiado joven. TenĆa diecisĆ©is aƱos y medio en ese tiempo. “No
solamente es muy joven, pero también es demasiado impetuoso y melancólico para ser un
ministro del evangelio. Llevamos menos de dos aƱos viviendo la vida cristiana, pero, de veras, es
una vida feliz, y Alejandro no se ve muy feliz ni estĆ” lleno de gozo”, razonaban.
La confianza que le tenĆa el misionero quien lo gano para Cristo―mi esposo―y la
confirmación de Alejandro de la llamada de Dios en su vida, causó el consentimiento de los otros
misioneros y creyentes para dejarlo ser parte de la primera clase de futuros obreros cristianos.
Luego el misionero, que lo conocĆa mejor, prometió ser responsable por Ć©l.
El nuevo instituto bĆblico fue establecido en la ciudad de Azul, unas doscientas millas sur de la
ciudad de Buenos Aires, donde quedaba en ese tiempo la sede central de La Alianza Cristiana &
Misionera en Argentina. El currĆculo, las reglas y normas y los detalles de la administración de la
vida domestica de los estudiantes fueron decididos y puestos por escrito. Aunque era un instituto
bĆblico, tambiĆ©n era el hogar de los muchachos y muchachas que lo asistĆan.
A mĆ me tocaba establecer unas reglas para el hogar; tareas domesticas incluidas. Los
estudiantes las harĆan cada dĆa. Nadie recibĆa sueldo por limpiar ni por hacer mantenimiento en el
edificio de los estudiantes y los misioneros, porque casi no habĆa dinero para el instituto. Una
lista de deberes enumerados y los nombres de los estudiantes fue puesta en un tablero de
anuncios mensualmente, durante el aƱo escolar. De este modo los estudiantes turnaron el trabajo
y no se le hacĆa pesado a nadie.
El instituto habĆa marchado por varias semanas, cuando un dĆa pasĆ© la puerta de la cocina,
despuƩs del almuerzo. Los estudiantes estaban limpiando la cocina. De repente vi una escoba
volar por el aire. Luego―a mi asombro―vi un cepillo de fregar zumbar por el aire. Una toalla
tambiƩn fue tirada antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando.
Entré a la cocina para averiguar la razón por este comportamiento. Alejandro estaba trabajando
en la cocina ese dĆa. Les dije que ¡las personas, quienes son llamadas al ministerio, no se
capacitaban lanzando escobas y cepillos de fregar hacia otras personas! Los dos otros
muchachos, quienes estaban en la cocina, seƱalaron a Alejandro―parado en un rincón―con un
dedo acusador y dijeron, “Todo es por culpa de Ć©l. ¡Es imposible trabajar con Ć©l!”.
La oficina quedaba en frente de la cocina. Caminaba en esa dirección para quejarme y contarle
a mi esposo del problema en la cocina, cuando me acorde de la resolución que hicimos hace
aƱos, aun antes de tener hijos y antes de vivir en un instituto bĆblico: no hablarĆa con mi esposo
de problemas insignificantes. Los maridos normalmente tienen mucho que hacer y no tienen
tiempo para preocuparse de problemas pequeƱos.
Me fui directamente a mi cuarto para orar. Le dije al SeƱor que seguramente cometimos un
error cuando trajimos a Alejandro al instituto. Con cariño, el Señor me reprendió por mi oración.
Me dijo que quiso que yo tuviera paciencia con Alejandro. El EspĆritu me susurró, “Alejandro es
La maƱana siguiente sentĆ que habĆa encontrado la solución inmediata. HabĆa un trabajo que
Alejandro podĆa hacer solo. Entonces le di un cuchillo y un balde de papas para pelar. ComĆamos
un balde entero de papas cada dĆa. Yo no le dije porque le habĆa cambiado el trabajo. Ćl sabĆa. El
próximo mes, cuando hice la lista de tareas domesticas, tambiĆ©n le di un trabajo―cortar
leƱa―que se podĆa hacer solo. CocinĆ”bamos con leƱa. Y quedaba otro trabajo aun que se podĆa
hacer solo. Ese se lo di el tercer mes. Le tocaba llenar el tanque grande encima del edificio, que
proveĆa agua para todos en el edificio. Con eso se terminó el primer aƱo escolar.
Durante los meses de verano viajƔbamos haciendo trabajo evangƩlico. Alejandro se vino con
nosotros, pues no tenĆa hogar. Ni siquiera tenĆa apoyo financiero. Su anciana abuela se habĆa
mudado a la casa de otra familia cristiana en el pueblo en donde la habĆamos conocido.
Recuerdo achicando la ropa que habĆa pertenecido a mi esposo. AchiquĆ© unas camisas, unos
pantalones y un abrigo y se los regale a Alejandro con unas corbatas viejas.
Alejandro siempre estaba listo y dispuesto a trabajar. Nunca se quejaba de cuan duro era el
trabajo o de cuƔnto tiempo le tomaba para completarlo.
Ahorramos suficiente dinero para comprarle una abrazadera para sus hombros. El misionero le
invitaba a salir al patio del instituto y con mucha paciencia le enseƱaba las reglas bƔsicas de
respirar correctamente, las cuales no habĆa sabido. “Alejandro, Dios te ha llamado a predicar. No
tienes que morir de tuberculosis como tu madre. Pero tendrƔs que hacer algo por ello. Ahora
¡ponga tus hombros para atrĆ”s y mete tu pecho hacia fuera y respira profundamente!”. Al
principio se quejaba de estar mareado. Pero poco a poco empezó a respirar mÔs profundamente y
tranquilamente. Nos dimos cuenta que, por los ejercicios respiratorios, sus hombros se habĆan
Cuando las clases se reanudaron en otoƱo, le di a Alejandro los mismos tipos de trabajos de
nuevo. Me importaba mantener todo funcionando sin problemas mƔs que poner a prueba la
paciencia de los estudiantes.
Una mañana, casi al fin del segundo año, Alejandro no bajó para comer el desayuno argentino
de cafĆ© y pan. En cambio, mandó llamar al director. Toda la noche habĆa dado vueltas en su
cama. “Estoy enfermo; no en mi cuerpo, sino en mi alma. Dios me llamó a predicar; de eso estoy
seguro. Pero estoy deprimido e inclinado a ser melancólico. Sé que no soy nadie, pues no tengo
madre, ni padre, ni hogar, ni educación. Ni siquiera tengo un apellido. Gracias a usted y a la
abrazadera estoy mĆ”s fuerte fĆsicamente. Pero, he escuchado sus enseƱanzas por casi dos aƱos y
nos has dicho que Dios puede transformar a una persona, si estĆ” dispuesta y viene a Ćl; puede
cambiar su personalidad, quitar las fallas y el vacio que tiene por dentro y puede de ellos crear
algo de valor. Si eso lo puede hacer Dios para mi ¡quiero que lo haga”! El misionero le
respondió, “Si, Alejandro, Dios puede hacer algo maravilloso de ti; te puede cambiar a un vaso
Alejandro se levantó con prisa y se arrodilló para orar. ¡Se entregó a Dios y clamó con toda
sinceridad para la plenitud del EspĆritu Santo! Esa maƱana algo maravilloso sucedió en esa
habitación en el Instituto BĆblico. Un Jacob se habĆa encontrado con el Ć”ngel del SeƱor. Un Pablo
habĆa viajado por el camino a Damasco y se habĆa encontrado con el Cristo de Dios. Un Pedro
habĆa sido cambiado por PentecostĆ©s.
No habĆa mĆ”s problemas con los muchachos en la cocina. Alejandro no era un santo, que
digamos, ni tenĆa alas de Ć”ngeles, pero Alejandro definitivamente se habĆa encontrado con Dios y
todos lo sabĆan. No habĆa incerteza ni vaguedad de lo que habĆa pasado en la vida de Alejandro.
Su testimonio era simple, seguro y autentico. Su comportamiento dio evidencia de una
Alejandro era muy joven para graduarse; solamente tenĆa dieciocho aƱos. TambiĆ©n necesitaba
mƔs experiencia. Se consideraba mejor sacarle del instituto por dos aƱos para darle mƔs
experiencia. Puan―un pueblo en la Pampa―fue elegido para ser el primer lugar en donde
empezarĆa su ministerio. No habĆa iglesia en ese pueblo. Dentro de poco se hizo amigo de chicos
de doce, trece y catorce años y los ganó para Cristo uno por uno. Muchas veces Alejandro
decĆa―refiriĆ©ndose a sus primeras experiencias―que pasaba mĆ”s tiempo arrodillado ante Dios
que en cualquier otro ministerio.
Cuando miramos el Distrito Argentino hoy dĆa, vemos muchos quienes fueron ganados para
Cristo siendo muchachitos. Uno de ellos es un hombre muy exitoso de negocios y, a la vez, es
tesorero del campo misionero entero de la Alianza en Argentina. Ćl hace esto sin cobrar nada.
Alejandro despuĆ©s regresó al instituto para completar su tercer y Ćŗltimo aƱo. TenĆa veintiuno
cuando se graduó. El dĆa despuĆ©s de graduarse, se caso con MarĆa Lateana, hija de una devota
familia cristiana en la cuidad de Azul y estudiante del instituto.
Aunque Alejandro empezó a pastorear y era exitoso, se sentĆa indudablemente la llamada a
viajar como evangelista. La llamada fue confirmada cuando multitudes de personas fueron salvas
bajo su ministerio evangelistero, y se notaba que Dios le habĆa dado el don de evangelismo.
Alejandro querĆa una Biblia grande para poder llevarla consigo cuando se irĆa de nosotros. Se la
conseguimos. Y querĆa una cosa mĆ”s: una carpa para reuniones. La querĆa especialmente para los
lugares en donde no se habĆa predicado el evangelio antes. La carpa fue comprada con fondos
mandados del Grupo Misionero de Oración de Mujeres de la Alianza Cristiana y Misionera en
Mi esposo y yo muchas veces acompañÔbamos a Alejandro a algún pueblo para cultos en la
carpa para reuniones. AlquilƔbamos una alcoba chiquita y colgƔbamos una cortina en la mitad de
ella para crear dos alcobas. En un lado ponĆamos una cocina temporal. Siempre llevĆ”bamos unas
ollas y platos con nosotros. Alejandro siempre clavaba un clavo en la pared rustica detrƔs de su
catre y siempre colgaba ahĆ su “mejor chaqueta, mejor camisa y mejor corbata”―todas fueron
prendas usadas. Se levantaba antes del sol abrazador para sacar las malas hierbas del terreno en
donde iba a estar la carpa de reuniones y despuƩs la armaba.
DespuĆ©s de regresar para tomar un cafĆ© y comer un pedazo de pan, Ć©l se vestĆa y se salĆa con su
Biblia y tratados en mano y la sonrisa grande que Dios le habĆa dado para conocer a la gente del
pueblo. Siempre daba la misma cordial invitación en las esquinas de la calle, en los pequeños
negocios, en casas, en plazas de mercado y en edificios pĆŗblicos: “Vengan al culto en la carpa de
reuniones esta noche. AllĆ oirĆ”n las mejores noticias jamĆ”s oĆdas. Si tan solo las reciban como
algo personal, ellas alegrarÔn sus corazones y les traerÔn paz, perdón, gozo y salvación eternal.
Cuando escuchen la mĆŗsica, estaremos empezando el culto.” Antes que se acabara el dĆa, habrĆa
recorrido todo el pueblo a pie.
Para anunciar los cultos habĆamos comprado unos discos―los Ćŗnicos disponibles en esa Ć©poca
en Argentina. Uno de ellos―uno de los preferidos―tocaba la canción “Las barras y estrellas
para siempre.”. Era hermosa. La gente no sabĆa que fue una de nuestras canciones patrióticas
favoritas. Incluso ahora, cuando escucho esa canción, puedo ver a centenares de personas
caminar hacĆa la carpa para el culto.
Llegaban por centenares hasta que la carpa estaba completamente llena de gente parada. HabĆa
gente de la parte delantera hasta la calle. Eran gente de toda condición. Pero todos tenĆan algo en
común: anhelaban a Dios. Y cuando Alejandro empezó a contarles de las maravillas de la gracia
salvadora de Jesucristo, Lo anhelaban mĆ”s aun. “¿Que es el Evangelio de nuestro SeƱor y
Salvador, Jesucristo?” fue siempre su primera predicación a los quienes nunca habĆan oĆdo el
evangelio. La revelación era impresionante y no se puede describir cuan emocionante era ver al
EspĆritu Santo bajar sobre este siervo humilde de Dios. A veces, mientras escuchaba, pensĆ© que
mi corazón se me iba a reventar de pleno gozo. Tan reveladoras eran las maravillas de su gracia.
Las lavanderas estaban sentadas en la parte delantera. TenĆan las caras y las manos curtidas y
secas por el trabajo, el sol y el viento. Alejandro les dijo estas palabras suplicantes: “Ustedes
tienen que dedicar su tiempo, desde la salida del sol hasta el atardecer, a fregar ropa en una vieja
tabla de marera. Todo lo que saben de buscar a Dios es buscar a algĆŗn Ćdolo, que ni siquiera tiene
oĆdos para oĆr ni ojos para ver. Acepten a mi Cristo. Ćl perdonarĆ” los pecados en sus corazones
afligidos y traerÔ paz perdurable, gozo inexplicable y salvación real e indisputable a sus vidas.
Entonces ¡ustedes experimentarĆ”n la presencia del Cristo viviente mientras frieguen y, mientras
piensen en Ćl, verĆ”n la gloria de Dios saliendo de la espuma de jabón!”. Inconscientes de las
lĆ”grimas que escurrĆan por sus caras curtidas y con las manos levantadas, abrieron sus corazones
para dejar entrar allĆ al Cristo viviente. Y las caras de los hombres parados en el fondo de la
carpa y vestidos de la indumentaria gaucha―botas, bombachas y cinturones de cuero con sus
“falcones”―hacĆan notar que pensaban que la religión era solamente para las mujeres, y ¡no para
los hombres fuertes de las Pampas!
A ellos llegaban estas penetrantes palabras habladas con cariƱo: “QuizĆ”s ustedes creen que la
religión es para mujeres y niƱos porque siempre lo han visto ser asĆ. Tal vez han sido
desilusionados por la única religión que jamÔs hayan conocido. Acepten a mi Cristo. Esas
tinieblas, que les atan con el temor de vivir y con el temor de morir, se irƔn cuando se vayan las
sombras y cuando la luz del evangelio entre a sus corazones. Porque Jesús no es una religión: es
una Persona y Ćl es la Luz que disperse toda oscuridad en el corazón humano.”. AsĆ que muchos
de los fuertes y robustos hombres de la Pampa han llegado a conocer a Jesucristo como su
En nuestro paĆs el mes de junio es relacionado con un clima bonito y cĆ”lido y flores bellas. Para
las personas que viven debajo del ecuador, es un mes frio y oscuro en el invierno. Si aparece el
sol, solamente aparece por unas breves horas, y se va. La leña y el carbón son escasos en
Argentina, entonces la gente se arropa mucho. Cuando hay cultos especiales en las iglesias y
capillas, solamente los que estƔn sumamente interesados asistan.
“Sin embargo”, nuestro evangelista, hermano Fanderwud, nos escribe desde las frĆas y ventosas
llanuras lejanas: “capillas y salas estĆ”n llenas noche tras noche con corazones hambrientos:
algunos buscando la salvación y otros buscando mÔs de Dios. Se ha podido ministrar en mÔs
hogares. Dios estĆ” salvando a niƱos, jóvenes y adultos. ¡El tiempo ha llegado!”. Eso escribió
hace unos dĆas, mientras viajaba por la Pampa con el mensaje de Cristo. ¿QuiĆ©n puede cerrar los
labios tocados por el fuego de Dios o callar una voz tan sintonizada a Su amor?
El Evangelio fue llevado a la plaza de la ciudad el domingo por la tarde. Hermano Fanderwud
elevó el Cristo viviente como nunca en una predicación estupenda. Personas llegaron de todas las
calles adyacentes para escucharle. Hay un hotel grande que tiene vistas a la plaza. Un sacerdote
estaba parado en el balcón del segundo piso con la ventana bien abierta. HabĆa venido de un
pueblo cercano en donde habĆa tenido conversaciones con uno de los pastores argentinos sobre
su deseo de conocer a Cristo como su Salvador personal.
Inmediatamente despuĆ©s de la reunión, Fanderwud anunció, “Ahora regresaremos a la Iglesia
EvangĆ©lica.”. La multitud marchó por la calle. Los cristianos cantaron “Firmes y adelantes,
huestes de la fe.” a, sin exagerar, centenares de personas, quienes nunca habĆan escuchado canto
cristiano. La sala, la entrada y la vereda estaban llenas de gente. Lo mejor de todo era que
personas encontraron a Cristo. Entre ellas habĆan dos muchachos de la Acción Católica, quienes
habĆan sido mandados ahĆ para ser “espĆas” (eso confesaron), pero en vez de eso ¡encontraron a
Cristo! Esto era un dĆa normal en el ministerio de este hombre de Dios.
Este Pablo de los tiempos modernos predicó el evangelio en carpas, teatros, hogares, iglesias,
esquinas de las calles, en plazas pĆŗblicas, debajo del sol abrazador de la Pampa y en las frĆas
lluvias del invierno. Predicó por treinta y dos años sin tomarse unas vacaciones. Cuando visitaba
a otro pastor―con la idea de relajarse unos dĆas en otro pueblo―convertĆa el tiempo de descanso
a un tiempo de predicar antes de haber estado ahĆ por veinticuatro horas. “Vivo para predicar”
era lo que se le escuchaba decir, mientras que literalmente se quemaba la vida para Dios.
La gente al otro lado de los Andes en las republicas cercanas―Chile, PerĆŗ y
Ecuador―escucharon de Alejandro y su mensaje extraordinario. Mandaron decir que viniera. Ćl
Cuando fue invitado a ministrar en la costa occidental, se vino hasta la ciudad de Buenos Aires.
Ćl vivĆa en el interior. Una maƱana llego al Instituto BĆblico. Su traje era muy gastado, pero bien
Con criar a tres niƱos robustos y con viajes continuos a reuniones con una mesada tan pequeƱa,
no era extraño que su traje pareciera inadecuado para la ocasión. También, porque él fue el
presidente de la obra―lo habĆa sido por quince aƱos― y evangelista del distrito, tenĆa que viajar
y ministrar mÔs. Ningún otro nombre fue propuesto y ningún voto fue emitido contra él mientras
TenĆamos un poco de dinero disponible, que no habĆa sido designado para algo especĆfico. Mi
esposo y yo fuimos con Alejandro al centro comercial para comprarle un saco y algunos
pantalones. Al principio no quiso venir con nosotros y dio la escusa: “El traje que tengo no
parece tan mal.”. Lo persuadimos venir con nosotros. HabĆa una rebaja en una de las tiendas
principales que vendĆa ropa para hombros. Fuimos ahĆ.
En la entrada de la tienda habĆa una muestra de un saco barato con los pantalones que costaba
diez dólares. Pero nos fijamos un traje de mejor calidad. El que miramos valĆa unos veinte
dólares. Alejandro se habĆa quedado en la entrada para admirar el traje de menos cualidad.
Cuando le mencionamos que habĆamos encontrado una buena compra, refiriĆ©ndonos al traje de
mĆ”s calidad, Ć©l respondió, “Yo vi uno que valĆa mucho menos. Es suficientemente bueno.”. No
decidimos comprar ni el mƔs caro ni el mƔs barato. Encontramos un tƩrmino medio por comprar
uno que valĆa dieciocho dólares por el traje completo. Luego lo acompaƱamos al aeropuerto.
Empezó su tour en Chile. Predicó en todo el paĆs: en las iglesias, en la radio, en las calles y en
las plazas. Fue a Perú, donde ministró de una manera extraordinaria. Después fue a Ecuador.
Hombres y mujeres encontraron a Cristo como su Salvador, como su Santificador y como su
Sanador para sus cuerpos enfermos.
Hace poco en una campaña aquà en Los Estados Unidos, un misionero a Ecuador se me acerco
y quiso apretar mi mano, justo cuando yo iba a subir a la plataforma. “Quiero apretar tu mano.
TĆŗ vienes de la tierra de Alejandro”. Miró a su hijo de doce aƱos y dijo, “Mi hijo estaba muy
enfermo. Una noche se estaba muriendo en las montañas de Ecuador, cuando llegó Alejandro.
Cuando entró el cuarto en donde se morĆa mi hijo, se arrodilló al lado de la cama y, poniendo las
manos sobre mi hijo, oró por él. Mi hijo fue sanado. Entonces déjame apretar tu mano de nuevo.
TĆŗ vienes de la tierra de Alejandro. ¡Que hombre de Dios!”.
Subà a la plataforma con sus palabras resonando en mi cabeza. La vieja visión se me presento
de nuevo, ¡“La tierra de Alejandro”! ¡TodavĆa hay Alejandros viviendo en sombras de pecado y
en una noche eterna, porque los obreros son pocos! Estaba en el tabernƔculo del campamento.
MirĆ© hacĆa el lago y todo lo que pude ver, a travĆ©s de mis lagrimas, fue “la tierra de Alejandro”.
Hay muchos campos blancos para la siega sin nadie para trabajarlos.
Alejandro regresó a casa de la costa oeste un domingo por la noche y llegó justo a tiempo para
hablar por el sistema PA a la gente del pueblo en donde nació. Predicó durante las últimas
actividades de la campaƱa para niƱos y niƱas, que en ese tiempo se llevaba a cabo en la plaza
pĆŗblica del pueblo. No habĆa nada en su apariencia ni en su forma de ser que indicaba que esa iba
a ser su última predicación a la gente de su pueblo natal.
Una noche, poco despuĆ©s, llego el llamado “Venga a casa”. “Alejandro estĆ” con el SeƱor.”.
Fuimos a Saladillo, en donde habĆa vivido Alejandro desde llegar a ser el Presidente del Distrito
y el Evangelista del Distrito y en donde habĆa llegado a nosotros como huĆ©rfano, cuando tuvo
catorce años. Era muy temprano. El tren de Buenos Aires llegaba ahà del norte. El tren del sur
extremo tambiĆ©n llegaba ahĆ. Se encontraban en Saladillo. Muchas personas se bajaron de ambos
trenes. Notamos que muchas personas iban por la misma calle―algunas en camiones, algunas en
carros, algunas a caballo, algunas a pie, algunas caminando y algunas corriendo. Nosotros
tambiĆ©n Ćbamos por esa calle. Mientras llegĆ”bamos a la casa (casi parecĆa un granero) ―hogar de
Alejandro y su familia―, hombres y mujeres sacaban sus paƱuelos para secarse las lagrimas que
escurrĆan por sus mejillas. Susurraban casi al unĆsono mientras entraban a la casa uno por uno:
“Quiero ver a Alejandro. Escuche el evangelio por primera vez cuando predicó en mi pueblo
natal. ¡Nunca lo olvidarĆ©! ¡CuĆ”n grande es el Cristo de Alejandro!”. Muchos de ellos tenĆan el
mismo testimonio: “Yo acepte a Cristo cuando escuche el mensaje por primera vez, cuando
predicó Alejandro. Quiero vez su rostro de nuevo.”. Estaban parados ahĆ: hombres, mujeres,
niƱos y niƱas. Fue una multitud de personas. Los cuartos y pasillos, las ventanas y puertas, el
patio y la calle estaban llenos de gente. Sin embargo, fueron solamente algunos de los muchos en
el continente de Sur AmĆ©rica quienes, por sus predicaciones y su vida, habĆan encontrado al
Si todos los que habĆan sido salvos por su ministerio hubieran podido estar presentes,
probablemente habrĆan sido tantos como la populación entera de ese pueblo. HabĆa ministrado en
muchos lugares, incluyendo unas iglesias evangĆ©licas y varios paĆses del hemisferio sur.
La gente llevó el ataĆŗd a mano desde la casa de los Fanderwud hasta la iglesia, porque preferĆan
llevarlo asĆ, en vez de dejarlo ser transportado por carro. Los floristas eran incapaces de cumplir
el demande de flores, porque muchos querĆan coronas de flores. Un funeral se llevó a cabo en su
casa y uno, en la iglesia. Las personas, quienes estaban en los funerales, fueron profundamente
conmovidas mientras escuchaban a algunos de los seres queridos de Fanderwud hablar con el
corazón de la vida de él. Varios jóvenes consagraron sus vidas al servicio del Señor y dos otras
personas fueron salvas mientras escuchaban los testimonios de hombres y mujeres, quienes
habĆan sido ganados para Cristo por Fanderwud. “¡Quiero este mismo Cristo que este hombre,
Alejandro, tuvo!”, les escuchamos decir mientras confesaban pĆŗblicamente a Cristo. Con la
mano puesta en el hombre de su mamĆ”, su hijo mayor dijo: “Madre, ¡papi aĆŗn predica!”.
La impresión que recibĆ ese dĆa, mientras nos parĆ”bamos en esa sala grande y vacĆa, en donde
estaba este hombre de Dios, siempre quedarĆ” conmigo. El ataĆŗd fue una caja simple de pino. No
era elegante. Solamente habĆa estopilla para el revestimiento de su ataĆŗd. (Pompas fĆŗnebres e
entierros en Argentina todavĆa se hacen en una manera muy primitiva.) No embalsaman ni
maquillan a los muertos. Las tumbas no son muy profundas. La familia tira el primer puƱado de
tierra sobre el ataĆŗd mientras que es bajado a la tumba. Hace poco, solamente los hombres iban
al cementerio cuando habĆan entierros. Las mujeres se quedaban en casa tras puertas cerradas.
TodavĆa es asĆ en muchos lugares. Los cristianos fueron los primeros para dejar esta tradición.
En mi tristeza, mire hacia abajo. El piso Ć”rido me dio una bofetada. No habĆa alfombra para
cubrir los tablones anchos de madera Ć”spera; ni siquiera un tapete. No habĆa alfombra de
bienvenida en la entrada. A mano izquierda estaba el comedor. Las puertas estaban abiertas para
hacer lugar para las personas. Vi una mesa barata en medio de media docena de sillas―tan
baratas como era la mesa. No habĆa nevera ni muebles modernos. A mano derecha estaba la
alcoba en donde habĆa estado Alejandro cuando se fue para estar con el SeƱor unas horas antes.
La cama era barata tambiĆ©n. AhĆ tambiĆ©n estaba un armario. La esposa de Ć©l, MarĆa, entró al
cuarto y abrió el armario para sacar su vestido negro. Adentro colgaba el saco que le habĆamos
comprado un aƱo antes. A donde iban los codos, se sobresalĆa. Eso me mostro que, de verdad, el
Me olvidĆ© de la gente. ParecĆa que estaba cara a cara con la vida y sus valores permanentes y
con la muerte―algo muy seguro. Nunca habĆa conocido a alguien tan pobre y tan humilde―sin
madre, sin padre, sin hogar, sin salud y educación y sin ni siquiera un nombre. Siempre vivĆa en
una casa arrendada. Nunca poseo una cama cómoda para dormir en ella ni una silla decente para
descansar en ella. Ni siquiera tenĆa una nevera para poder tener agua frĆa. No vivĆa con
comodidades ni conveniencias. Hasta el último traje que llevó le fue regalado. El dueño de la
funeraria le dijo a la esposa de Alejandro: “¿Cómo puedo yo cobrar por un hombre asĆ?”. ¡Fue
enterrado a precio de costo! Sin embargo, nunca habĆa conocido a alguien tan rico. Por su vida y
mensaje, multitudes de personas han sido sacadas de las sombras a la luz de Dios.
Porque, de verdad, Dios habĆa tomado a este chico―solo, triste, pobre, vacio, y huĆ©rfano―para
salvarle, llenarle de Su EspĆritu, darle un nombre y un mensaje y usarle para bendecir a un
continente entero. Lo tomó para llevar centenares de personas a Cristo. ¡CuĆ”n grande es el Cristo
de Alejandro! Cristo llenó su mente y su corazón; llenó hasta su vida y todo su ser. Me acordaba
de lo que decĆa Alejandro―“Vivo para predicar el evangelio.”―mientras pensaba en el milagro
que pasó cuando este huĆ©rfano se convirtió a un prĆncipe de Dios.
Las iglesias en Argentina y en todo Sur AmƩrica sienten profundamente la ausencia de este
humilde y consagrado ministro de la cruz. Su ejemplo y su ministerio han hecho mucho para
asegurar que otros hombres llenos del EspĆritu Santo llenen este hueco y, por sus servicios,
traigan gloria a Ćl, quiĆ©n Alejandro amaba supremamente. El mismo dĆa que lo enterramos llegó
una carta de PerĆŗ con esta invitación urgente: “Regresa a nosotros, Alejandro; PerĆŗ te necesita.
¡PerĆŗ necesita el evangelio que predicas!”. DoblĆ© la carta y traguĆ© mis lĆ”grimas. Sin embargo,
estĆ”bamos seguros que “Dios hace todo bien” y que otros seguirĆan los pasos de esta vida dada
Si fueras a visitar el cementerio solitario en el pueblo de Saladillo, encontrarĆas―al sur extremo
del cementerio―una lĆ”pida hermosa de piedra rosada con esta inscripción: “La visión de un
poderoso y glorioso Cristo fue el mensaje vivaz de Alejandro Fanderwud y la predicación de ese
mensaje, la pasión de su vida.”. Y una Biblia abierta―hecha de bronce―adorna su lapida con su
pasaje favorito de Pascua: “Porque yo vivo, vosotros tambiĆ©n vivirĆ©is.”; del cual, predicó su
última predicación de Pascua por radio en Chile.
Seis meses despuĆ©s, Ć©sta misma predicación fue traĆda a Argentina para la convención anual,
que se celebra en Buenos Aires. La predicación fue dada a petición al fin de la convención―el
domingo por la tarde. Esa voz tan reconocida temblaba bajo la unción del EspĆritu de Dios.
Llorando y sollozando, montones de las seiscientas o mƔs personas presentes se dirigieron con
prisa al altar; entre ellos, el hijo menor de Fanderwud. Testificó entre sollozos: “El manto de mi
padre cayó sobre mĆ, mientras escuchaba su voz desde el cielo”. En total, mĆ”s que cien personas
buscaron al Señor, después de esa predicación. El secreto de una vida tan bien gastada se
encuentra en las palabras del Apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mi; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios,
el cual me amó y se entregó a sĆ mismo por mĆ.”. El amor de Cristo moró en su corazón y vida; el
EspĆritu de Cristo adornó su caminar diario y el poder de Cristo lo usó para bendecir todo un
continente.
El Clamor MisioneroEl ser un mensajero de la cruz
A costas extraƱas y no conocidas,
ParecerĆa a muchos una pĆ©rdida total
De talento, tiempo y ganancia.
Porque muchos son los aƱos dados
Y olvidados por el mundo,
Al traer joyas preciosas a Ćl quien mandó
Que se desplegara Su bandera.
No dio aƱos solamente, sino que tambiƩn dio su vida,
Para salvar a ti, a mĆ y a todos
De muerte y de la eterna tumba de pecado:
¿QuiĆ©n responderĆ” a la llamada?
A ser uno de los que van
Para impartir el mensaje de Dios
A todas las tierras y costas;
Para que todos sepan del Buen Camino.
-V .F .B.
-traducido por Kimberly Dickinson de un libro antiguo de unos misioneros a Argentina de la Iglesia Alianza Cristiana